Es el año 2285 y el futuro no es muy alentador: un mundo abusivo, injusto y oprimido es el escenario del enfrentamiento entre el Gran Imperio del Norte y la Milicia Rebelde Ravenskill. Esta es la propuesta que los norteamericanos de Dream Theater nos presentan en The Astonishing, un álbum doble, de nada menos que 34 canciones y 2 horas con 10 minutos de duración.
Las expectativas eran grandes, y es que las especulaciones y la ansiedad que generan los neoyorquinos cada vez que se disponen a presentar un nuevo álbum son muchas, y más aún esta vez, en que esta entrega venía acompañada de una inédita campaña de marketing. Desde hace algunos meses, comenzaron a entregar pistas sobre la temática de este, su primer trabajo conceptual en muchos años, y el único de este tipo en la nueva era de la banda tras la partida de Mike Portnoy en 2010. El resultado es una ópera rock, un relato épico, lleno de emociones y sentimientos narrados por cada uno de los protagonistas de la historia.
El universo sonoro que sostiene a The Astonishing se aleja de la faceta metal a la que la agrupación nos tuvo acostumbrados durante los últimos años, arrimándose más a los trabajos de la década de los 90 y principios de la del 2000. El disco está cargado de muchas baladas y canciones cristalinas que nos recuerdan bastante a algunas de las composiciones de Octavarium (2005) y de Light Side, segundo disco de la recopilación titulada Greatest Hit (…and 21 Other Pretty Cool Songs) (2008). Un sonido que sin lugar a dudas busca hacer las paces con los fans más antiguos, y que han tomado cierta distancia de la banda, especialmente a raíz de los anteriores dos álbumes de estudio que no terminan de convencer a los nostálgicos de Awake (1994) o Metropolis Pt II: Scenes From a Memory (1999). Si bien no hay muchas canciones pesadas, sí se le da espacio al rock progresivo con tintes setenteros y las orquestaciones.
Instrumentalmente, debemos reconocer que pese a que la historia, el concepto y la temática de las letras, corren de la mano de John Petrucci, quienes consiguen sobresalir son James LaBrie y Jordan Rudess. El primero, porque logra oírse cómodo, más que en otras oportunidades recientes, lo que nos evita pensar en los problemas que pudieran presentar los tonos altos en vivo, para mostrarse versátil y potente, desde las baladas hasta las líneas melódicas que acompañan los temas más pesados. Sin embargo, es criticable en su labor la falta de matices en la interpretación de cada personaje de la obra, algo que podría haberse solucionado también con la incorporación de artistas invitados.
Pero es el segundo, Jordan Rudess, el real encargado de dar vida y color a esta experiencia, aportando la ambientación sonora necesaria para que la máquina musical funcione, más allá de si el argumento de esta ópera nos convence o no. Y es que las armonías y orquestaciones que salen de la calva cabeza de este talentoso músico, toman distancia del exceso de notas por minuto que hace un tiempo nos ha venido mostrando, y eso se agradece.
Pero no todo es color de rosa, y pese a que Petrucci cumple un correcto papel, complementando a Rudess, entre guitarras eléctricas y acústicas pulcramente ejecutadas pero que difícilmente emocionan, su compañero de cuerdas, un casi desaparecido John Myung, se muestra bajo el nivel que exigimos a músicos de la talla de Dream Theater; muy opaco, a excepción de la línea al final de “A New Beginning”, pero eso es nada dentro de un disco de grandes proporciones.
El último integrante en llegar, es quizás el punto más débil de la agrupación: Mike Mangini, quien pese a que se nota ha adquirido algo más de protagonismo en el proceso de composición, aún está al debe, especialmente por el criticado sonido de su batería, y es que es válido preguntarse: ¿qué sentido hay en tener a un baterista tan virtuoso si en cada disco va a terminar sonando como un Drum Machine?
El viaje es largo, más de dos horas, las cuales no son fáciles de digerir y que a ratos pueden parecer repetitivas por las constantes reexposiciones propias de una obra cíclica como esta, pero que tiene una intención emotiva que a más de alguno “asombrará”.
Sin embargo, pese a las buenas intenciones, no logra despegar a la altura de las expectativas que la misma banda generó, con una historia que no termina de cuajar y que por momentos se siente falta de madurez, quedándose finalmente solo en un álbum correcto, pero nada más en un intento de acercamiento a lo que alguna vez fue Metropolis Pt. II (1999) o Six Degrees of Inner Turbulence (2001).
El mérito de Dream Theater en esta ocasión es el proponerse volver a encantar a la audiencia, mediante la reinvención de la banda. Una nueva fórmula, un nuevo concepto, un nuevo sonido, pero que entre sumas y restas, aún está lejos de lo que alguna vez fue.
Gerardo Gambino
15/02/2016 at 16:27
Cuando sacan un disco parecido al resto alegan, cuando sacan un disco totalmente distinto al resto alegan xD quien los entiende?
Sergio Troncoso Arriagada
15/02/2016 at 16:54
bueno para el insomnio, quede zz altiro, y no es chiste
Ignacio Sepulveda
15/02/2016 at 18:35
Correcto el review. Sin embargo se extraña un análisis musical certero y no sólo quedarse en las generalidades. No menciona los puntos altos ni bajos en términos musicales, solo un repaso general de lo que todos sentimos, es dream, pero le falta potencia.