Había muchas especulaciones, pero pocas probabilidades de que Sigur Rós realizara una gira por esta lejana parte del mundo, pero los islandeses tomaron el desafío que los llevó a tocar casi finalizando este 2017, en el Movistar Arena frente a once mil personas que, al parecer, de paciencia saben harto. Pasada las 21:00 horas, se apagan las luces del lugar, se prenden la pantallas de apoyo audiovisual, ingresan de a uno al escenario y la fiesta de lo etéreo comenzó.
Eligieron “Á” para la apertura, con todo el mundo en silencio porque la contemplación de lo que ahí sucedía dejaba al tiempo detenido y a los espectadores también. Es un tema que llevan poco tiempo tocándo en sus presentaciones y que no forma parte de su discografía oficial. Ese primer abrazo musical entre ellos y el público fue casi como una bienvenida en estado de estupefacción, de emociones contenidas por años de espera.
Fue con “Glósóli” que la tensión y la ansiedad quedaron atrás para poder empezar el camino hacia la catarsis. Los sonidos agudos de la guitarra tocada con el arco de cello y la voz de Jónsi fueron el duo perfecto para que al final de la canción se hicieran presentes las sensaciones en su clímax, las que se van conjugando con los diseños de las proyecciones en el fondo del escenario, bastante sugerentes y llamativas, con la precaución de que no saturaran la vista.
La melancolía y el misterio no podían quedar fuera con “Dauðalagið”, que durante su letanía de sonidos atmosféricos, es la batería la que va llevando el ritmo y se va acercando lentamente a un choque frenético de sonidos, no por nada esta canción en español significa “Canción de la muerte”, que a pesar de no tener una letra coherente, la voz actúa como un catalizador y la música genera la emoción misma.
“Óveður” es otra de esas canciones relativamente nuevas, un sencillo del 2016 que pese a llevar poco tiempo en nuestros oídos, fue una sorpresa poder experimentarla, porque de los inicios de la banda, podemos hacer un enlace con lo que hoy en día están produciendo. Había una ansiedad en el ambiente por escuchar esos temas que son infaltables, siendo “Ný Batterí” la que rompió con esa angustia. A esta altura del concierto, los músicos ya lucían más cómodos y se dedicaron a empatizar, sonreír y disfrutar del momento que estaban viviendo.
Acto seguido vino “Vaka“, reconocida inmediatamente por los fans y aprovechada por todos en su máxima expresión porque sin duda es una obra musical que se pensó para ser disfrutada, vivida, asimilada y sentida. Luego “Kveikur“, en un modo más espacial que nunca, colmando al Movistar Arena con su multiplicidad de sonidos, sus explosiones de agudos y la trama visual que hacía de complemento perfecto. El primer adiós fue con “Varða”, siendo una dolorosa y lenta despedida, repleta de melancolía y dulzor a la vez.
Luego de su retiro, se toman nuevamente el escenario e interpretan “Popplagið”, con sus largos 11 minutos que en ese momento se desfragmentaron y todo pareció ser ínfimo al momento de despedirse del público. Hubo dos encore que no fueron para aumentar el setlist, sino que fue sencillamente un momento de comunión y agradecimiento. El último recuerdo de los chilenos y de Sigur Rós sera un recinto de miles de personas haciendo el saludo vikingo al unísono.
Sigur Rós en Chile: Una experiencia musical de inmersión
Ver a estos tres músicos llenar tanto espacio sonoro e integrando hasta su más absoluto esfuerzo en dar un show que más que ser un concierto, es una experiencia total de inmersión, es digna de valorar y aplaudir, porque no siempre lo experimental o lo etéreo suma tanto carácter. Tienen una simpleza y profundidad en sus composiciones, vinculando tecnología en torno a lo clásico, que logran destapar emociones con cada tono que alcanzan.
El apoyo visual que traen en esta gira está tan organizado y calculado para ir en sincronía con la música, que se transforman en una propuesta audiovisual, en un viaje por el espacio, por las nebulosas, por la red de energías y en un descubrir de nuevos mundos. La experiencia estética de este concierto fue tan real y mágica a la vez que se hace difícil su descripción, creo que cada espectador podrá definir la suya.
Nunca será suficiente escuchar un grupo en su formato de estudio –por mucho que sea de la más alta calidad–, siempre habrá cosas que sólo las sesiones en vivo pueden entregar. Es increíble lo mucho que gana Sigur Rós sobre un escenario, se comprenden los ritmos casi vitales que hay en sus canciones y se genera una atmósfera acústica que difícilmente encontrarás en otro lugar.
*Fotografías por Carlos Müller.
Rodolfo Sobarzo Aguayo
25/11/2017 at 20:22
Loco fue la media experiencia este concierto. La música en si ya es emocionante pero los efectos visuales que solo se pueden experimentar en vivo elevaron la música a otro nivel. Creo q todos los asistentes nos fuimos con más de lo q esperabamos
Nico Alvarado Monárdez
25/11/2017 at 21:13
Pedro