Hace poco se cumplieron ocho años del fallecimiento de Syd Barrett, a propósito de aquello, aquí van algunas reflexiones en torno al músico y su presencia en Pink Floyd.
Es cierto que Pink Floyd es una de las agrupaciones más importantes que ha habido en la escena del rock y más acotadamente en lo que se ha llamado rock progresivo (término que da para otra discusión que tendremos más adelante), y que, para muchos, la huella que dejó Syd Barrett es de capital importancia ya que sentó bases desde las cuales la experimentación creativa de la banda fue encontrando un camino, pero hay muchos, quizá más que los anteriores, que se inclinan a favor de su partida, ya que ese hecho devino en un rápido abandono de texturas sonoras muy propias, casi exclusivas de la psicodelia al estilo Barrett; texturas que se aproximan o desembocan directamente en disonancias y pasajes aparentemente caóticos, muy alusivos a tránsitos lisérgicos de grueso calibre, para dar paso en dos o tres álbumes a un sonido de gran profundidad mental pero sin esa carga un tanto “desordenada”, si se nos permite el término; sonoridad que se fue dando por la posibilidad de experimentación de los integrantes restantes, al no estar la presencia marcada de Barrett y que en la incorporación definitiva de David Gilmour como miembro estable, se consolidó como una característica muy propia del conjunto, llegando a ese estilo “espacial-psicodélico” prácticamente único.
Entonces aparece la conocida discusión de si Pink Floyd es mejor con Barrett o sin él, lo que ya es casi un lugar común aunque no por ello no se pueda seguir planteando. Cabe señalar al respecto que en materia artística ninguna tesis o planteamiento está completamente cerrado ya que esa permanente apertura a la duda y al metódico y honesto cuestionamiento de los asuntos contribuye de buena manera a la posible evolución de las formas y a los distintos encaramientos composicionales que se tengan por parte de los creadores. Por así decirlo, al volver sobre preguntas ya planteadas, nunca las respuestas a esas incógnitas serán iguales a las anteriores.
¿Barrett o no Barrett? Cuando se pregunta por Pink Floyd a quien no los conozca bien, las descripciones ocupan adjetivos como “aéreo”, “volátil” y en ocasiones se habla de “denso” o derechamente “depresivo”, y a quienes tienen un conocimiento un tanto más acabado de la banda no les queda otra que asumir que hay algo de cierto en esas palabras y es justamente ahí donde podemos encontrar algún terreno relativamente firme donde apoyar la discusión sobre la participación de Barrett en la banda, pues vemos que en ambos momentos de la agrupación esas cualidades mencionadas están presentes, de distinta manera, pero presentes al fin. Así es que en el Pink Floyd de Barrett nos enfrentamos a una sonoridad que busca (y encuentra) su sello mediante texturas complejas con muchos elementos sonoros en ocasiones casi ocultos; guitarras saturadas de efectos y teclados haciendo lo suyo de manera similar, unido esto a textos que nos hablan de viajes espaciales, de extravagantes seres o curiosos paseos en bicicleta, características que corresponderían a los adjetivos relacionados con lo “volátil” o, para decirlo sin eufemismos, a la inspiración artística basada de gran manera en el consumo de drogas psicodélicas, atributos que también se encuentran en el Pink Floyd posterior a Barrett, solo que sin el toque personal que le impregnaba Syd, ingrediente que revela quizá un “exceso de trabajo interestelar” propio de su personalidad y universo mental.
En el Pink Floyd que vendría después también aparecen esos ambientes cargados de espacialidad y psicodelia, la diferencia estriba en que dichas atmósferas se depuran hasta convertirse en extensas meditaciones sensoriales en las que a su vez la música se transforma, además de objeto de estudio en sí mismo, en vehículo transportador del oyente a mundos exquisitamente delicados y profundos. Por así decir, el caos inicial sembrado por Barrett, se cosecha, se trabaja, y es capaz de dar un paso más allá mediante un trabajo interestelar ya sin exceso.
La discusión en torno al tema no se detendrá, pero en esta columna pretenderemos zanjar momentáneamente el asunto cambiando la disyuntiva de “¿Barrett o no Barrett?” por la conjunción “Barrett y no Barrett“.
Carlos Romero
11/08/2014 at 15:12
Yo soy de los que opinan que muy poco de Pink Floyd es “no Barrett”, y sustento esto en el hecho de que aunque Syd grabó y compuso mayormente para el primer álbum y salvo algunos aportes para el segundo, solamente tiene un tema de su exclusiva autoría (Jugband Blues), en los discos más emblemáticos y mundiales de Pink Floyd existe o su influencia en formas de cantar, y el tipo de intrincada poesía que usó en su carrera en solitario, o las temáticas están inspiradas en su quiebre mental o en la nostalgia que dejó a los demás su partida. Sólo basta hacer una revisión analítica de sus discos vs. el trabajo de Barrett tanto en Pink Floyd como en su breve labor como artista solo.
Jorge m/
11/08/2014 at 15:35
Barrett o no Barrett, Waters o no Waters, Gilmour o no Gilmour, Pink Floyd siempre será Pink Floyd…