Tres años tuvieron que pasar para que los músicos que integran Vapors Of Morphine volvieran a tocar frente al ansioso público chileno, quienes esperaron anestesiadamente esta nueva oportunidad. La última vez que vimos sus caras fue en el Maquinaria 2011, donde por motivos de tiempo y protocolo, fue un show corto y falto de atmósfera. Ahora podemos decir que la banda cumplió un sueño que varios esperaban, tocar sin temor ni atajo algunos de sus mejores temas e improvisaciones en el escenario, junto a espectadores llenos de respeto, energía y melancolía.
Vale destacar que el rango etáreo de los asistentes es bastante amplio, quedando en evidencia la versatilidad que han conservado y cautivado desde 1989, a pesar del repentino fallecimiento de Sandman en 1999, rol que adoptó Jeremy Lyons, quien no lo hace nada de mal y es un gran sucesor, merecedor de su lugar en este trío.
Con una puntualidad casi perfecta, pocos minutos después de las 21:oo horas se apagan las luces del Teatro, los sonidistas dan el ‘vamos’ y se abre el telón, dejando ver una sobria puesta en escena, con luces tenues y una canción acorde a la sensibilidad producida; se trata de “Like Swimming” de su álbum homónimo (1997), donde el saxo es el protagonista, pero la batería de Jerome Deupree no dejaba de marcar el cadencioso ritmo y una voz suave que se encargó de darle la bienvenida a todos los presentes. Luego continuaron con una interpretación más enérgica, existiendo una simbiosis entre ellos y el público en cuanto a intensidad se trata.
Antes del tercer tema, “The Other Side”, Dana Colley dedica algunos minutos para saludar a sus fans y nos recuerda que este es el último show que ellos realizarán en Latinoamérica, a lo que Jeremy Lyons agrega a modo de broma “este año”. Todo lo acontecido hasta ese momento es un buen augurio para lo que sería la velada, un sonido perfecto donde cada detalle se haría evidente, músicos que empatizan, tanto entre ellos como con el público, lo que se traduce en un show cargado de momentos cálidos y cercanos.
Algunos de los éxitos que marcaron la noche fue el clásico “Yes” y “Let’s Take a Trip Together”, los que avivaban la llama de fanatismo y hacían efervecer a los presentes, incluso hubo algunos que sin timidez alguna, se paraban en sus puestos para bailar al ritmo de la música. Otro gran momento fue “French Fries With Pepper”, coreada por un público que ya no se contuvo y pasó a ocupar la parte baja del escenario, todos de pie y dedicándose a pasarlo bien por sobre todo. “Buena” y “You Look Like Rain” no podían faltar, pero no sonaron hasta el final del concierto, lo que hizo que el público acumulara sus ansias, lo que se reflejó en los coros instantáneos y un mar de aplausos.
Una de las tantas virtudes de la banda está en poder ser versátiles en cuanto a estilos, en un tema puedes caer en la melancolía máxima y letárgica con ese blues más puro que te transporta al río Mississippi desde el momento en que la voz se transforma en un instrumento a pesar de ser más hablado que cantado. Al rato te llenan de energía con sonidos sónicos y psicodélicos, donde la utilización del sintetizador y efectos de cuerdas se hacen evidentes, muy bien acompañados de una fresca batería. También puedes ser cautivado por ritmos más frenéticos que se conjugan con el rock o jam sessions por parte de los músicos, con algunos tintes tribales a ratos.
Con más de veinte temas interpretados y bordeando las dos horas y media de show en vivo, Vapors Of Morphine hizo de este concierto una maratón de estilos musicales, éxitos, sentimientos y siempre al límite de la emocionalidad. Existe entre ellos una cohesión bien consolidada, tocan con una naturalidad y energía que ya lo desearía cualquier grupo de rock pesado. Dejaron en claro que no es necesario el uso de riffs agudos y distorsionados para poder llenar los vanos de una canción, además de hacer algo que para el rock es casi inaudito: lograr que la guitarra se transforme en un instrumento prescindible y el bajo tome un protagonismo indiscutido.
Fotografías por Carolina Cañón Salinas