Hace unos días me enteré que Sony terminará con la fabricación de Walkman. También fue una sorpresa para mi, porque juraba que, ese reproductor de cassettes y radio, estaba muerto y sepultado, pero no sabía que había resucitado. El punto es que nunca dejó de fabricarse y, si bien ahora otras compañías asiáticas seguirán con su producción, esta declaración es el punto de inicio para la extinción de un viejo amigo.
No somos una página de tecnología, pero esta información trae una serie de recuerdos que quisiera compartir. Sin este juguete, en conjunto con otro ídolo llamado cassette, ninguno de nosotros habría aprendido la importancia de los audífonos. Supongo que no tenemos lectores de esos que usan “las terribles tillas” y escuchan música desde el parlante de su celular sin importar lo que piense el resto.
Si volviera en este momento a la casa de mis viejos, aún podría encontrar mi primer “Personal Stereo”, de marca Kioto (chúpense esa), junto con una colección de cassettes que acumulan más polvo que Peter Rock en una tormenta de arena. Ese “personal” murió sólo porque el conector de los audífonos ya no funcionaba: “cómprese uno nuevo mejor, el arreglo sale muy caro”- me dijeron en ese momento.
Una verdadera pérdida, así que tenía que hacer algo, porque el Walkman cumplía su función a cabalidad- y como lo dice su nombre- te permitía caminar, moverte, desplazarte y colocarle música a tu diario vivir (sé que el Walkman existe de otra manera ahora, pero hablo del primero de todos).
Si en “Alta Fidelidad” dicen que “la música es el soundtrack de nuestras vidas”, el Walkman vino a ser una la orquesta sinfónica portátil. Quizás muchos de ustedes no conciben una vida sin audífonos; yo tampoco, pero muchos de nosotros no los conocimos hasta avanzada un poquito nuestra edad. Entonces la sorpresa era grande y el cambio no era menor: eras libre de escuchar lo que querías, donde querías, y sin molestar a nadie.
Ante la muerte de aquel artefacto que consideraba un verdadero amigo, fue cuando vino una de mis primeras compras importantes, gentileza de una de las grandes tiendas que le daba tarjeta a los universitarios de primer año. No salió del todo económico, pero hace casi 12 años atrás, tener un Walkman Sony con control remoto y autoreverse era toda una novedad para mi; no me alcanzaban las lucas para un Discman y tampoco tenía discos que reproducir.
Con tamaña adquisición no necesitaba sacar el cassette, ni darlo vuelta; tampoco corría riesgo de que me lo robaran ya que, gracias al control, iba perfectamente guardado en mi mochila. Era toda una joyita para mí, al punto de la obsolescencia, pero fui feliz.
Sé que a muchos de ustedes no les cuadran las fechas, pero a inicios del milenio, cuando todos pensaban que iba a quedar la mansaca con los computadores, el Walkman seguía vivo, por lo menos para escuchar radio.
No soy de los que se demora en adaptarse a la nueva tecnología, pero me quedo con la sensación de que el cambio del cassette al CD, en cuanto a música portátil, no fue muy rápido. De hecho creo que pasé del cassette directo al reproductor de mp3. Al saltarme el Discman me dediqué mucho a escuchar radio, bajando de Internet el tema que escuchaba apenas llegaba a la casa, gentileza de Terralibre.
Mención aparte merece el cassette, otro artefacto bien especial que era el rey en tiempos en que el Mp3 recién se estaba conociendo por estos lados: rebobinarlo con un lápiz Bic era una imagen obligada, el de 90 minutos era un bien escaso y si te comprabas uno con cinta de cromo ya eras de otro nivel. ¿Quién de ustedes no armó una recopilación de canciones haciéndole guardia a la radio hasta que sonara aquella canción que les gustaba? Personalmente dejaba la radio con los botones “REC” y “PAUSE” sólo para soltar el último botón cuando anunciaran la canción. El cassette, queridos lectores, fue el primer momento de libertad que mi generación disfrutó respecto de nuestra música favorita. El Walkman y el cassette nos permitía llevarla a todos lados y escucharla una y otra vez.
En algunos lugares se podían conseguir cassettes piratas con las carátulas fotocopiadas en blanco y negro. Sin embargo, la copia hecha por uno mismo, era una tarea lenta pero satisfactoria. Era tal el cariño que uno le tomaba a ese cassette, que cuando la cinta se enredaba en el reproductor de turno, hasta a Chuck Norris le corría una lágrima.
Y eso es lo que se ha perdido cuando el cassette y el walkman desaparecieron: cuidábamos incluso el cassette pirata, dándole más valor a la música; ahora da lo mismo, los discos están todos rayados y apilados por ahí, total no cuesta nada hacer una nueva copia. Nunca costaron $100, ni existió una torre de cassettes esperando a ser grabados como pasa con los CDs vírgenes: había que pensarla, ir a la tienda, sacar tus monedas, comprar el cassette, grabar el “disco”, escribir las canciones en la tapa, pegar el papelito con el nombre y salir a caminar ¿Lindo proceso, no? Todo esto cuando el cassette era más que masivo. Hasta la piratería tenía algo de artesanal.
Eran tiempos lentos, donde copiar un disco implicaba horas y horas frente a la radio doble cassettera, lograr que entraran dos álbumes en un cassette de 90 era toda una hazaña, y celebrar era obligatorio cuando le achuntábamos de una al comienzo de la canción cuando queríamos saltarnos la nos gustaba menos. ¿Next Track? ¿Qué era eso?
Mi colección de cassettes- con a lo más seis originales- es el mejor registro de que todos tuvimos un pasado oscuro. Sí, hay cada cosa grabada ahí, que a veces quisiera olvidar, pero también son el registro de mis inicios en la música que hoy escucho. Imposible no tenerle cariño a esas cintas, por rascas que sean. Por mi parte ellas me vieron crecer y a mí me toco verlas morir.
Prácticamente somos hijos del Walkman. Así que no quede más que decir “descansa en paz, padre del AYPO“.
Si a alguien se le cayó el carnet como a mi, espero sus comentarios.
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