No, no estamos hablando de esa caja electrónica que por lo general está cerca de los sillones en el estar de la casa y tiene un lector de CD, sino que nos referimos a la radio como medio de comunicación, como una de las formas primordiales donde empezamos a descubrir aquellos sonidos que nos convocan usualmente en estos lados.
La radio, siempre y cuando tengas una emisora decente disponible (lo digo por la gente de regiones que normalmente tiene que soportar mucha canción añeja), es una fuente de compañía inagotable. Empezamos escuchando una canción, alguien sale a darnos un dato que complementa la música que recién oímos y de vez en cuando aparece una publicidad algo ingeniosa. Por la noche, la presencia de música se acentúa de mejor forma incluso.
Con cariño recuerdo la radio Concierto allá por 1999 y a la Rock&Pop que siempre estaba presente como comodín. Pero la primera falleció en su estilo más clásico y “la roca” ya empezaba a cargarse hacia otros estilos que no me llamaban la atención. Ese espacio vino a ser cubierto por Futuro y, mucho más adelante, por Sonar.
El factor “aleatorio” (dentro de un marco o estilo) es el gran valor de la radiodifusión; cuando un tema te vuela la cabeza, ya sea porque no sabías que existía o porque habías olvidado ese clásico pilar fundamental en la historia de la música, es cuando la radio cumple su mejor objetivo. Y lo mejor de todo, en ese instante no estás solo: la gracia de la radio también radica en la conexión que se genera entre muchos que estamos escuchando ESA canción al mismo tiempo. Es la emoción de lo imprevisto y satisfactorio a la vez. Como la banda sonora de una película en una escena específica, une distintos lugares y personas en un sentimiento común. Por algo existe la frase “la música es el soundtrack de nuestras vidas”.
Después de ese momento la situación que sigue es instantánea: querer más. Me cuesta entender a una persona que al escuchar un tema en la radio no se anime a investigar o a averiguar cuáles son las otras pistas que comparten un disco con ese que acabamos de escuchar y que atrajo nuestra inmediata atención. Ni hablar de quienes sólo quieren oír ESE tema porque “si suena en la radio, es bueno”.
Volviendo al punto, ¿Cómo dejar de escuchar una emisora que te sorprende y entrega nueva información para tu oído? Su encanto va por ese lado. Cuando se genera ese sentimiento uno incluso le toma cariño a aquellos los personajes que pasan por la frecuencia, con quienes compartes el mismo gusto tuyo por la música y, en un inicio, saben más que tú. Hay un dejo de admiración (con algunos solamente).
Pero hay que hablar de la triste verdad. En estos tiempos cuando la música está completamente disponible en Internet, aunque sea a la mala, la radio no ha sabido adaptarse cabalmente a la nueva forma en que la música se, por decirlo de alguna manera, transa en los medios. Y es aquí cuando las radios chilenas (desconozco en otros países) caen en un problema funesto: la repetición.
Creo no ser el único que haya dejado de escuchar radio por el sinnúmero de repeticiones de una canción (o varias), incluso en un mismo día. Escuché durante mucho tiempo Futuro y llegó un momento en que no pude darle más atención, porque llegue a decir “y ahora viene este tema”. Después de un tiempo apareció Sonar, con una programación fresca, novedosa, centrada en esos históricos temas olvidados por la radiodifusión chilena; pero bastó con un par de meses para que el problema también se hiciera evidente.
Por otra parte, se hace molesta la sensación de que la difusión (y repetición) de algunos grupos en particular, tiene directa relación con el “apoyo” que algún sello discográfico ejerce (en la música chilena se nota mucho), quedando fuera una cantidad de grupos que merecen tanto o más “pantalla” que esos que suenan en este momento.
No quiero desmerecer el trabajo de la gente de radio, o de quienes programan la música, pero son esos los factores que hacen que el público emigre a sus reproductores de música y se vuelquen a la descarga ilegal, matando un poco a la música (lo digo así porque, como difusión, estoy convencido que la piratería le hace bien a muchos grupos, no por nada muchos lanzan discos gratuitos).
¿Para qué escuchar radio si al tener gigas y gigas de música y un buen “walkman” el modo aleatorio puede darte mejores ratos que una emisora actual? Asimismo, la radio ha destinado mucha de su programación a la conversación, lo que no es malo, pero cuando, en sincronía, toda la “frecuencia modulada” está hablando, es muy fácil apagarla y colocar el disco que tengas a mano.
Estamos en tiempos en que compartir se ha vuelto demasiado fácil, aun cuando la música siempre ha sido distribuida de padres a hijos, de hermanos mayores a los pequeños, o entre amigos; la radio permite aún desencadenar el descubrimiento de nuevos sonidos, pero, por lo general, ya ha sido superada por el tamaño de los discos duros que alojan amplias discografías.
Recuerdo cuando descubrí Pandora, por ahí en el 2006 (eran tiempos en que estaba disponible para Chile), en que al elegir un tema, automáticamente el sistema te iba proponiendo canciones del mismo estilo o similares, pero en grupos que poco o nada había escuchado, algo que aún no logra bien Grooveshark.
Actualmente, frases como “ese tema ya está dando vueltas hace rato en internet”, “en el disco hay mejores temas”, “ese álbum ya lo escuché y es malo”, “el último disco de Javiera Parra es una obra maestra, partiste a bajarlo (NOT)”, afloran día a día.
En tiempos de informados trolls, estar adelantados a una radio, musicalmente hablado, es muy nefasto para el medio que, aun cuando es un medio de comunicación de amplio alcance y las noticias pueden entregarse frescas, ésta ha olvidado algo muy importante: sorprendernos día a día. Pero al parecer, es lo que el público chileno requiere.
No queda más que colocarse los audífonos y presionar play.
Foto: Julio Celis
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